El Espejo
Por José Luis Lara Ramírez.
De pronto me topo de frente con un alacrán. Me acerco y el alacrán levanta su aguijón. Me voy por un lado y el alacrán se mueve. Parece seguir mis movimientos. Me quedo quieto por un instante y el alacrán se inmoviliza, alerta. Me tenso. Entramos en un movimiento atento de guerra… o al menos eso me parece.
Me pregunto si el alacrán es consciente de mí como yo de su presencia.
Por un momento, la palabra conciencia se agolpa en mi mente con una multiplicidad equívoca de significados. La denotación de las palabras ha perdido su fuerza en un mundo posmoderno en el que prevalece el “yo siento” y el “mi punto de vista”, es decir, la connotación de las palabras se impone y diluye en la gran diversidad de los cristales con que se mira.
Recuerdo, con cierta vaguedad, los textos de psicología haciendo referencia a un epistemólogo Jean Piaget, e infiero que para el alacrán soy un estímulo externo al cual responde instintivamente desde su etograma. Es un darse cuenta primitivo, hay un estímulo y una respuesta, sin mediación del pensamiento. Esta idea que cruza por mi mente alienta, no sé porqué, un impulso de aplastar al animal.
Sin embargo, la capacidad de responder desde su programación biológica se me antoja asombrosa. Me percato de mis gestos agresivos. Admiro cada uno de sus movimientos en respuesta a mis movimientos. E igual, no sé a ciencia cierta porqué me sereno. Entramos en una danza poética como en un espejo, o al menos eso me parece. La conciencia sólo surge en presencia del otro. El alacrán emerge como un ser, baja su aguijón y simplemente cada uno prosigue con su camino.