“Sobre los peligros de los últimos tiempos”[1]

Dra. Eneyda Suñer Rivas

 

Los seres humanos tenemos una inteligencia maravillosa, podemos bucear en las profundidades del mundo “nano”, descubrir nuestra propia interferencia en la “observación” del comportamiento de las partículas elementales, leer y re escribir el código genético en el núcleo de las células eucariotas, usar como vectores de transferencia a virus y bacterias para jugar con los organismos una especie de rompecabezas viviente, analizar las estrellas y descubrir galaxias lejanas, especular sobre los hoyos negros del universo, zambullirnos en el inconsciente colectivo y el individual, y un largo etcétera que no podemos agotar aquí, pero — sobre todas las cosas– podemos imaginar mundos distintos y proyectarnos hacia ellos. Somos animales eminentemente multitópicos, pues nuestro lugar no se reduce jamás al espacio físico, estamos en él, pero habitamos más allá de él. El científico que estudia las galaxias lejanas, habita también allá. El científico que se inmiscuye en las nanopartículas o en la especificidad de alguno de los genes, habita también ahí. El artista que como el Bosco pinta mundos fantásticos, habita también en ellos y –desde luego– Beethoven no estaba sordo pues, aunque padeciera de sordera, él habitaba en su mundo interior armónico y lleno de sonidos, por eso pudo seguir componiendo, él habitaba en la música. Somos enanos, somos gigantes y somos inasibles y capaces de sacar a la luz mundos que –sin nosotros– no existirían.

Pero también somos increíblemente estúpidos, egoístas y fanáticos. Nuestra inteligencia que nos abre universos en todos los sentidos, también nos cierra, nos achica, nos reduce. Podemos habitar un espacio mucho más reducido que aquél en el que físicamente estamos, nos podemos disminuir y/o desperdigar, desbalagar, dispersar, estar sin estar y llegar hasta el anonadamiento (propio o ajeno). Sí, la inteligencia que nos crece, también nos reduce, la inteligencia que nos hace humanos, también nos deshumaniza.

¿A qué se deben fenómenos tan dispares? Me parece que precisamente a ese “no lugar” de la inteligencia, a esa capacidad que nos hace estar y no estar al mismo tiempo, a esa capacidad de habitar otros mundos desde un mismo lugar físico. Me explico: ubi significa “lugar” en latín, de ahí proviene el término “ubicar”. Por ser cuerpo, nosotros estamos naturalmente “ubicados”, físicamente localizados, pero por nuestra inteligencia tenemos la capacidad de desubicarnos, y eso somos, unos eternos desubicados. Sólo que hay desubicaciones que nos agrandan a nosotros y a nuestro entorno, y desubicaciones que nos destruyen también a nosotros y/o a nuestro entorno.

Todavía nos dolemos por la pérdida de muchas de los textos de la antigüedad, por los muchos incendios de la biblioteca de Alejandría, por las destrucciones de las obras de arte y de los lugares sagrados que las múltiples guerras de la historia han ocasionado (ya no se diga de la pérdida de grupos raciales, de culturas, de seres humanos concretos). Y nos dolemos porque son pérdidas de humanidad, son pérdidas de posibilidades de crecimiento de lo humano, son pérdidas que nos dejan despojados como especie, de una parte de nuestra herencia humana.

Entonces, podemos decir que las desubicaciones de la inteligencia que nos abren posibilidades de crecimiento como especie, que nos potencian para vivir mejor, para hacer del mundo un lugar más habitable y acogedor, esas desubicaciones nos crecen en lugar de decrecernos, las podríamos denominar “don de ubicuidad”[2] en lugar de “desubicación” de la inteligencia, y dejar el término “desubicadas” para esas inteligencias que “pierden piso”, que se caen, que se cierran, que no están por mutismo y no por ubicuidad. Ese modo de estar de la inteligencia, es obturativo, cierra espacios en lugar de abrirlos, destruye en lugar de construir. Lo paradójico es que como humanos podemos hacer ambas cosas en distintas facetas, podemos habitar el mundo de la arquitectura y diseñar y crear maravillas en juegos y rejuegos de espacios, luces, sombras, naturaleza y artificio, al mismo tiempo que ser unos machistas golpeadores de mujeres o unos pedófilos inconscientes, en otros aspectos de una misma vida.

Y, más allá de los traumas de la infancia, de las inseguridades y falta de autoestima (que –si lo pensamos bien– también son modos de ser o hacerse menos a sí mismos y a los demás, modos de reduccionismo), hay modos conscientes y voluntarios de desubicación de la inteligencia, estos se dan cuando nos aferramos a construir mundos ideales que no podemos hacer realidad, que se nos estrellan constantemente y, a los que sin embargo, nos aferramos. El no querer reconocer que esas posibilidades no son tales y que, por lo mismo no abren más mundos, sino que cierran los que ya tenemos y nos achican, es una forma de no estar de la inteligencia, de evadirse.

Y todo esto ¿por qué viene a cuento? Porque me parece que las marchas en contra de que se les reconozcan derechos jurídicos a las parejas homosexuales y de que se les niegue el derecho a adoptar, son eso. Una manera de achicar el mundo, de cerrar posibilidades de crecimiento humano y de evadirse de la realidad, de no estar, o de estar en un mundo ideal que no tiene visos de convertirse en realidad fuera del pequeño espacio que ocupa en la cabeza de quienes lo conciben.

¡No! no nos engañemos, no ha habido marchas en pro de la familia natural, ni de la familia tradicional. Ha habido marchas en contra del reconocimiento jurídico de otros, de personas que son diferentes y a las que se “tolera” que es otra manera de decir “soporta”, como se soportan las enfermedades, la pobreza, el sufrimiento, y todas esas cosas que no gustan pero que –muchas veces– no se pueden evitar. Sí, ahí también entran los homosexuales, en el catálogo de las cosas que se toleran, pero que se trata de mantener a raya para que no contaminen.

No ha habido marchas en pro de la familia natural, por la sencilla razón de que no existen familias “naturales”. El concepto de “familia” es un concepto generado por el hombre, como el concepto de “Estado”, el concepto de “Universidad” y el concepto de “empresa”. No todas las maneras de vivir en comunidad han tenido como base a la familia, en la antigua Esparta no había familias, eran una gran comunidad donde los niños eran educados por la Polis, donde todos (hombres y mujeres) se educaban como soldados, comían en comuna, y no había parejas determinadas, las relaciones sexuales eran libres.

En la actualidad hay religiones como la mormona y la islámica que aceptan que un hombre pueda tener las mujeres que sea capaz de mantener. También en la China precomunista un hombre podía tener varias esposas (todas subordinadas a la madre del señor), y en las islas polinesias el responsable de los hijos es el varón consanguíneo más anciano, pero una mujer puede tener 3 o 4 maridos o 4 mujeres vivir con 12 maridos y, tanto las mujeres como los maridos, se comparten en familias que llegan a tener hasta 50 miembros. Todos estos casos y muchos más que existieron y existen, son un buen contraejemplo que echa por tierra el hecho de que la familia es algo “natural”, así que no puede haber una marcha a favor de una contradicción en los términos.

Ahora bien, sí pudo haber una marcha a favor de la familia “tradicional”, si se entiende como familia “tradicional” a aquella a la que estamos acostumbrados por nuestra tradición católica en este país: pareja heterosexual con hijos. Sin embargo, lo que atenta contra la familia “tradicional” no es la vida sexual ajena, ni el hecho de que se le reconozcan derechos jurídicos a parejas que de facto ya existen desde hace mucho (sino es que desde siempre). Tampoco atenta contra la familia tradicional el que las parejas homosexuales adopten (esto también es ya un hecho), lo que la iniciativa presidencial propone es que esto sea reconocido por la ley, para proteger los derechos de los más débiles: en cuestiones de patrimonio, de prestaciones laborales, de herencia, e incluso de identidad.

Así que una marcha a favor de la familia tradicional no tiene sentido en el contexto de esta iniciativa, porque lo que directamente atenta contra la familia tradicional es un sistema neoliberal con extenuantes jornadas de trabajo y con contratos precarios que obligan a que las jornadas de trabajo sean al menos dobles, y que no puedan los padres darse tiempo para una convivencia de calidad con sus hijos.

Lo que atenta contra las familias tradicionales, es el machismo exacerbado de muchos hombres y mujeres, que hacen que el varón se sienta con el derecho de tener “una parroquia y muchas capillitas” (dicho en sus propios términos técnicos) y las mujeres se hagan de la “vista gorda” ante situaciones que las degradan y les minan la autoestima, mientras educan a sus hijos e hijas para repetir el mismo patrón. O viceversa, porque la “posmodernidad” ha hecho que muchas mujeres “tradicionales” piensen que romper el patrón consiste en un revanchismo dañino de “a ver quién gana” y “educando” a los hijos en medio de una reñida contienda de conquistas sexuales.

Luchar en la promoción de las familias tradicionales (así entendidas) implica el no permitir la violencia doméstica en ninguna de sus formas, ni verbal, ni física, ni psicológica, ni económica. Aunque muchas parejas heterosexuales que se casaron “para siempre” por todas las leyes, pasen de la luna de miel al mutuo sobajamiento, chantaje e hipocresía en cualquiera de sus formas y –de nuevo– con los hijos de por medio aprendiendo patrones de conducta que repetirán sin darse ni siquiera cuenta.

Luchar a favor de las familias tradicionales implica también aprender a escuchar, a convivir armónicamente, a no sólo permitir, sino también promocionar lo diferente, porque ninguno de los miembros de la familia será igual al otro y el respeto por la diversidad se aprende en casa.

Luchar a favor de las familias tradicionales requiere también el cuidado de los niños, y el evitarles el abuso sexual del que muchas veces son víctimas por parte de sus mismos parientes o amigos “tradicionales”. Y son víctimas inocentes de las cuales también muchas veces la familia se hace la desentendida porque ¿cómo se van a quedar sin el sostén de la familia? ¿cómo sospechar del inocente primo o tía? y además “los niños son tan fantasiosos que se inventan cosas o se las imaginan”. El cuidado de la familia tradicional exige, ante hechos de este tipo: consulta al médico, denuncia ante las autoridades correspondientes, acompañamiento psicológico del niño o niña lastimados de cualquier manera y no secrecías, segregaciones, indiferencias, y rechazos.

Me parece que algunas de esas cosas y otras más, son una buena manera de manifestarse con medidas concretas y no con caminatas, a favor de la familia tradicional que –además– está en todo su derecho de querer mantenerse y promoverse.

 Sin embargo una marcha con globos azules y rosas (que representan roles culturalmente aprendidos y –por lo mismo—transformables), con los niños de por medio, alegando que no quieren que los hombres entren al baño de las mujeres, que no quieren que los niños sean violados, que prefieren a los niños solos en el orfanato que con una pareja que los cuide y atienda, que alegan que el significado de matrimonio es sólo el etimológico. Es una marcha que no favorece a ninguna familia, ni a las “tradicionales” ni a las no “tradicionales” porque los niños en este tipo de marchas lo que están aprendiendo es el desprecio y la mofa por la diversidad sexual, están aprendiendo que habrá que hacer bulling en la escuela a los niños y niñas que les parezcan homosexuales según unos criterios que no podrán ser más amplios que los de sus padres (¡imagínese Ud.!) y ¡desde luego! hacer bulling a los hijos de padres homosexuales.

Una marcha de este tipo es una marcha que promueve el odio y los prejuicios, que promueve el no reconocimiento de lo diferente y que promueve también, la desigualdad social. No es una manifestación por la familia sino una manifestación de la propia ignorancia promovida en gran medida por un amplio sector de la Iglesia católica y de algunos protestantes y “yo les digo que aquél…”[3]

En fin es una marcha de la inteligencia desubicada, de la inteligencia ideologizada, impedida para pensar las cosas en un marco más amplio que los propios prejuicios.

Es una marcha en pro de un mundo reducido donde no cabemos todos, y donde se promueve la simulación y la hipocresía, y el que sigan existiendo situaciones que sabemos que se dan pero a las que se les niega el reconocimiento jurídico, porque éste significaría romper con la burbuja mental de lo que se sueña como “lo debido” aunque no sea real, ni pueda serlo nunca, parece que mientras no sea “oficial”, podemos seguir jugando el jueguito de los sepulcros blanqueados: mundo reducido, inteligencia desubicada no por estar en muchos lugares buceando en busca de nuevos mundos, sino por encerramiento mental, por atrincheramiento, por falta de uso.

 

Notas

(1) Nombre de una obra de Guillermo de Saint Amour, autor del s. XIII, que denunciaba que el hecho de que los “monjes” hubieran salido de sus monasterios, y anduvieran por las calles predicando la pobreza, y fueran maestros en las universidades, era un signo inequívoco de disolución moral y anuncio de muchos males. Los “monjes” a los que se refiere, eran los frailes franciscanos y dominicos, dos órdenes recién fundadas en ese momento.

(2) Capacidad de estar en varios lugares a la vez.

(3) Mt 5:32, 18:6

 

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