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Por: Jorge Ordóñez Burgos,
Dr. en Filosofía.
Depto. de Humanidades, UACJ
México es un país de contrastes y contradicciones, un lugar donde se viven varios tiempos en un mismo momento, diferentes suelos son sintetizados bajo un extraño concepto de República que, al paso de los siglos, no hemos llegado a definir del todo. Varios Méxicos son forzados a desembocar en uno ideal, imponiéndoseles bandera e historias de lo más extrañas. La filosofía no puede abstenerse pensar en ésta realidad cuando intenta preguntar con seriedad qué o quién es el mexicano; qué es su lenguaje, pleno de símbolos crípticos cuyo desciframiento suele ser una tarea titánica aún para quienes tenemos por lengua materna el castellano que aquí se habla. ¿Qué es lo sagrado para el mexicano?, ¿cómo se vive dicho sentimiento? La enfermedad, la salud y la muerte, son ámbitos reveladores en los que alguna fracción del mexicano se deja ver. Las muchas formas que existen para enfermar, sanar y morir delatan otros tantos modos de existir. Indagar la naturaleza de la política y el Estado, significa abrir ventanas-espejo de nuestra historia, a través de las cuales se logran visualizar extraños rituales de resucitación tan practicados aquí desde antaño. La filosofía mexicana no puede cerrar los ojos ante tales condiciones apelando a la irracionalidad, al absurdo o la irregularidad del sujeto de reflexión.
Podría buscarse la esencia del mexicano en múltiples puntos, ya en aquellos que son cotidianos y tangibles, ya en otros que son el resultado de la elaboración fantasiosa de un personaje que no existe, pero, que, por simple autocomplacencia, se goza con hacerlo real. Para el desarrollo de la presente ponencia propongo que uno de esos rasgos definitorios del mexicano se establezca en el regionalismo, entendido de muchas maneras, sin que sean por necesidad excluyentes entre sí. Me centraré en mencionar las más significativas, puesto que el tema en sí merecería la escritura de miles de páginas. i) El apego que se tiene a una zona específica en la que se nació o creció; a sus costumbres, su habla, gastronomía, clima, paisajes, creencias, o, por referir una entre muchas más, su forma de pensar. ii) El reconocimiento de una mexicanidad que se plasma en un espacio determinado, dada con giros definitorios. De tal manera que la condición de ser mexicano se vive de manera específica en Nayarit, Quintana Roo, Michoacán o Baja California. No obstante, hay un trasfondo que une todas las tonalidades, por muy extremas que parezcan, consiguiendo integrar un haz barroco de buena cohesión. iii) Un sentimiento de pertenencia inflamado a tal extremo que percibirse parte de una región, es en realidad poseer identidad nacional. Reemplazando el gentilicio “mexicano” por otro local. A pesar de las descentralizaciones que ha sufrido nuestro país, dando pie al tránsito incesante de habitantes de una latitud a otra; aún con las facilidades que los medios de transporte y comunicación nos han brindado en los últimos treinta años, hay una herencia espiritual de origen a la que no se renuncia, y, difícilmente se renunciará en nombre del progreso tecnológico o social. iv) La permanencia en un espacio particular del territorio mexicano, sin mayor consciencia o pasión que la que se puede experimentar por el club de fútbol representativo de la ciudad.
La filosofía es la reflexión crítica que el individuo hace de las circunstancias que lo rodean, transformando su vida en paraje de la consciencia. Hay tópicos que inquietan la reflexión de todos los hombres por igual, por ejemplo, la muerte, el mundo o el bien; empero, hay giros que sólo en ciertas coordenadas y momentos pueden darse. Preguntas que sólo tienen significado para cierto grupo de personas. En México existe una pluralidad existencial que en pleno siglo de la “absoluta tolerancia” no logra reconocerse del todo por la comunidad filosófica. A continuación intentaré bosquejar fronteras muy generales para acotar esa filosofía del norte a partir de los rudimentarios medios que tenemos, ir más allá significaría hacer ciencia ficción.
¿Hay filosofía en el norte de México? Si entendemos filosofía como la rancia tradición académica en la que marmóreos bustos de personajes ilustres dan testimonio incuestionable de enseñanzas que se transmiten y mejoran de generación en generación, así como la existencia de un volumen importante de tratados en los que se discuten y fijan ideas consolidadas a partir de siglos o décadas de trabajo intelectual, definitivamente, en el norte esto no existe. Lo que sí podemos encontrar es filósofos. Personas inquietas que buscan el sentido de la vida a través de pensamiento original, individuos provistos de una vocación que hace del meditar un estilo de vida más allá de las modas. El filósofo norteño es el que filosofa desde el norte, hay incontables ejemplos de colegas que han emigrado a otros estados fuera del septentrión, desarrollando allá extraordinarias aportaciones a nuestra disciplina. Sin embargo, su trabajo no crece y se alimenta de la irrepetible cotidianidad del norte; tampoco de la inspiración ni las limitaciones de vivir en un medio en el que hay que sostener batallas intensas para que el trabajo filosófico sea merecedor de cierto reconocimiento mínimo. El filósofo se enfrenta por igual a la carencia de fuentes de lectura esenciales para trabajar, como a la absoluta ausencia de tradiciones en las que sus pensamientos puedan ser escuchados y debatidos.
En los últimos cincuenta años, pueden identificarse dos figuras de especial relevancia: Agustín Basave del Valle en Nuevo León y José Fuentes Mares en Chihuahua. Filósofos cuya labor es ya un referente por sí misma. Además de la sólida formación filosófica técnica, sus ideas están dirigidas a comprender el mundo que los rodeó. Podríamos ubicarlos como los puntos más altos que ha podido alcanzar la disciplina ejercida desde la región, independientemente de comulgar o no con sus planteamientos, su labor sirve para averiguar si se ha producido alguna filosofía original sólida después de ellos. ¿Qué tanto se les imita, repite o lapida? Y, como contraparte de tales actitudes, ¿hay propuestas frescas que nos muestren caminos diferentes? En realidad, no lo creo. Por ello, Basave y Fuentes Mares son marcas en el camino.
Por lo general, el norteño es poco creativo. La innovación es suplida por la practicidad que engendra repetir hasta el hartazgo fórmulas probadas con anterioridad. Tl proceder se reproduce una y otra vez década tras década. Múltiples congresos nacionales e internacionales de filosofía se han hecho en varios estados de la región, grandes mentes han compartido su trabajo ante auditorios no siempre abarrotados de asistentes… ¿resultados? La repetición desfasada y anacrónica de modelos ajenos. En comparación con otras áreas del saber, como la economía, la medicina o las ingenierías –carreras con menos tiempo dentro de las universidades septentrionales-, la filosofía no logra consolidar grupos y redes sólidos de profesionales con respiración autónoma.
Un experimento que resultaría revelador consistiría en hacer acopio de todo el material filosófico publicado en el norte durante el último medio siglo, lapso en el que se han fundado la mayoría de las escuelas y facultades de filosofía. Un acopio indiscriminado que no distinga calidad, volumen o temas; donde se incluyan por igual panfletos y libros serios; revistas de toda especie; memorias de congresos y tesis. Una suma filosófica bárbara de tal magnitud, nos brindaría sorpresas nefastas y gratísimas. Quizá las últimas serían las menos, pero, descubriríamos trabajos brillantes con estatura tal para figurar en los anales de la filosofía mexicana en su conjunto. Hace pocos años, leí un artículo cuyo título prometía dar noticia de la filosofía de la educación en un estado septentrional. Con gran emoción empecé a leer . Comenzó exponiendo generalidades del positivismo dentro la Escuela Nacional Preparatoria, luego, trivialidades de las ideas de don Justo Sierra, pasó luego a referir generalidades de Vasconcelos. Remató con un par de párrafos en los que se reprochaba no abrir la carrera de filosofía debido a la política del gobierno de aquél estado. A propósito de contrastes, en septentrión pueden encontrarse publicaciones de Arturo Rico Bovio, autor de varios libros de filosofía dedicados a reflexionar sobre el tema de la corporeidad occidental desde varias perspectivas, desde la ética, pasando por la jurídica, la religiosa, hasta llegar a la estética. O un trabajo verdaderamente original de Rolando Picos en el que refiere las aportaciones de una pléyade de filósofos que han creado pensamiento teniendo como punto neurálgico la Facultad de Filosofía de la UANL. Una especie de historia documentada de la filosofía contemporánea, compuesta a partir de logros reales. Me parece que la trascendencia del texto es grande, dado que ha conseguido dar paso firme de avanzada colocando el pensamiento neoleonés en el mapa de la filosofía mexicana, sin perder su esencia. Es un libro que, a pesar de tener más de un año de haber sido publicado, a la fecha, se le ha tratado con injusta indiferencia. El riesgo que corre el trabajo de Picos es ser emulado en otros estados de manera burda e irreflexiva, consiguiendo un amplio reconocimiento al más puro estilo norteño.
El diálogo real de la filosofía “académica” con otras formas de filosofar es pobre y raquítico. El pensamiento religioso es menospreciado, etiquetándosele como dogmático y falto de método. Es visto como un juego obscuro que se desvanece al lado de la buena filosofía universitaria y laica. Aunque ha habido y hay ministros religiosos impartiendo clase en instituciones oficiales, el prejuicio es difícil de superar. El pensamiento filosófico en formato no convencional, con frecuencia es rechazado. Me vienen a la mente textos de narradores, poetas y escenificaciones de dramaturgos. Minimizadas a textos recreativos por celosos “profesionales de la filosofía”, temerosos de ver opacadas o minimizadas sus diminutas sombras. La literatura es fuente inagotable de meditaciones sobre lo que es el hombre, exhibiendo recovecos a los que la filosofía por sí misma no tiene acceso. Existen pocos esfuerzos para abrir puertas de comunicación entre la literatura y la filosofía, así como por reconocer las aportaciones que agudas plumas norteñas han hecho al pensamiento mexicano en su conjunto. Mencionar un puñado de casos sería minimizar un ejercicio espiritual provisto de motricidad propia.
El pensamiento indígena, más que estudiársele para ser rescatado, debe ser conocido para minimizar nuestra ignorancia de complejas tradiciones cuya mecánica, lenguaje y transcendencia no logramos comprender. Antropólogos e historiadores han dedicado la vida a estudiar civilizaciones dueñas de esquemas de pensamiento centenario. Por lo general, los filósofos rehúyen el intercambio de ideas con dichos profesionales. Quizá porque carecen de los instrumentos necesarios para dialogar o construir un marco común en el que pueda desarrollarse cierto entendimiento. Es importante mencionar que existen honrosas excepciones, no obstante, no pasan de ser casos aislados. Resulta casi imposible superar los pesados lastres conceptuales que arrastramos en nuestra filosofía. El ritual indígena no puede verse como texto, provisto de discurso y reflexiones. La religiosidad indígena contiene lo que elegantemente denominamos “visión compleja de la realidad”, sin embargo, no quieren saltarse las barreras que nos separan de una filosofía diferente. Nuestra hermenéutica no posee la apertura mínima para asumir la legitimidad de otras maneras de comprender.
En el norte abundan temas para hacer filosofía. Un campo virgen deja de explorarse pretextando sólo excusas, desaprovechando momentos preciosos para generar pensamiento con ideas originales. A manera de botones de muestra, sólo apuntaré líneas generales de trabajo. En materia de filosofía de la cultura, es mucho lo que hay que decir sobre los procesos de imposición de costumbres e ideas de los Estados Unidos y el arraigo de tradiciones mexicanas en una región limítrofe de la república. De la convivencia de lo “propio” con lo extranjero surge una mentalidad “fronteriza”, “periférica”, “poco mexicana”, conduciéndonos a preguntar nuevamente en el siglo XXI, qué es lo mexicano. En el campo de la filosofía del derecho, es menester abrirse al diálogo con abogados y juristas con miras a revisar a fondo el sentido real de la ley y el Estado, ¿tiene sentido de hablar de instituciones del estado después de lo que se ha vivido en todo el país en los últimos diez años? Investigaciones que, seguramente, nos conducirán por terrenos poco cómodos, fundamentalmente porque obligarían a los filósofos a salir de su caparazón, forzándolos a iniciarse en el pensamiento jurídico.
La religión y la religiosidad se han vivido desde hace mucho tiempo de manera muy particular. Simultáneamente se observa la desbandada masiva de fieles católicos que día a día se incorporan a otras comunidades cristianas de la más variada denominación, mientras que hay conversiones y reconversiones al catolicismo. La brujería y la magia cada día ganan más terreno, dicho proceso no puede ligarse sin más a la ignorancia de las personas. ¿Qué es la religión en el efímero mundo de las redes sociales? ¿Qué es la religión en el norte postmoderno de México? Aunque, cabría preguntar si la Postmodernidad ha llegado hasta allá y si llegará algún día. ¿Cómo se vive la fe en una época en la que pocas personas creen en tan poco?
La educación en México es una bandera política que se ha utilizado hasta el extremo de prostituirla. Es impostergable el diseño de un modelo educativo mexicano, más que la suma de pegotes traídos del extranjero. Para ello, es imprescindible una filosofía de la educación pensada a partir de reflexiones sobre lo que es la tecnología, la ciencia, el desarrollo; la idea de México en su contexto real –sabiendo que la soberanía es un chiste de mal gusto-, partiendo de la convicción que se educará a mexicanos y antes de hacerlo es necesario saber quiénes son los educandos. En otras palabras, no hay educación que valga si no parte de una antropología filosófica en la que se contemplen los regionalismos del país.
Mi participación pretende subrayar las grandes posibilidades que existen para hacer filosofía en el norte de México, desgraciadamente, muy poco es lo que se produce con seriedad. Una filosofía posible o del futuro es poco prometedora porque sólo alimenta la esperanza que algo vendrá, postergando la acción de filosofar para después. Quizá cuando sea demasiado tarde, y algún alemán o francés venga a pensar en lo que nosotros hemos omitido por hábito, entonces, entenderemos todo lo que dejamos ir.